No recordaba exactamente cómo nos habíamos conocido, tú si. Te encargaste de traérmelo a la memoria con pelos y señales la última vez que nos vimos.
Yo no sabía que iba a ser la última vez, aunque lo intuía; tú si.
Yo estaba segura de que había sido en la playa, en aquella bendita época en la que nos íbamos de vacaciones entre amigos, a pasarlo bien, a ligar, y a disfrutar de nuestros veinte años.
Volviste a insistir «no fue en la playa, os habíamos echado el ojo la noche anterior, con lo del agua de Valencia«.
El caso es que nos habíamos conocido, y habíamos congeniado. Recuerdo esas charlas eternas, sentados en el jardín de la discoteca Bacarrá de Gandía.
Te gustaba hablar, y lo hacías como un maestro. Creo que entraste en mi vida para enseñarme muchas cosas. Por las mañanas, bajabas a la playa con tu tropa de amigos, a buscarnos donde estuviéramos. De nuevo aquellas charlas eternas, hasta que se ponía el sol y había que ir a cambiarse para seguir con nuestras tertulias en Bacarrá, con parada obligatoria antes para tomar agua de Valencia«.
De eso hace ya treinta años.
Nunca fuimos nada, pero siempre hubo algo, ese podría haber sido nuestro lema.
Y la vida siguió su curso, y en ese curso estabas siempre cerca, aunque te detenías a una distancia prudencial. Contemplabas mis zarandeos, mis idas y venidas sin sentido en la vida, y sonreías con condescendencia. Luego me amonestabas, yo decía que pasaba de ti, pero no era cierto, y lo sabías.
Un día te fuiste lejos, muy lejos, a rehacer una vida que apenas habías comenzado a enderezar. Nos dejaste a todos con el corazón encogido. Decías que aquel lugar era tu Edén. Yo maldecía aquel Edén que no te hacía feliz.
Podría desgranar millones de recuerdos, de risas y bailes, en Madrid, en Roma, en Gandía… Podría responder a todas tus amonestaciones, volvería a decirte que «paso de tí», y tu seguirías mirándome con paciencia, mientras sonríes, sabiendo que no es cierto. Podría tantas cosas, y ya no puedo nada… Me he quedado con un trocito de tu corazón, que era tan grande como tú, también con la ranita del Kinder que me regalaste en la colina del Gianicolo, se llama «Patineta» y preside mi mesa de despacho desde entonces.
Te has ido, del todo. No entiendo lo que ha pasado. Ya no estás, es todo lo que sé.
Extiendo la mano para tratar de retenerte, un poco más, pero ya no te alcanzo. Y se nos han quedado tantas cosas en el tintero…
El golpe ha sido brutal, el vacío y la congoja a veces no me dejan ni respirar. Miro hacia atrás y pienso que no ha pasado tanto tiempo desde que nos reíamos tanto, y decíamos que pasábamos mucho de todo… No pasábamos, pero el tiempo sí lo ha hecho por nosotros.
Cada día me pregunto hacia donde te has ido. Me enfado contigo, por habernos dejado así. Te noto muy cerca, a veces incluso tengo la sensación de que te asomas por encima de mi hombro para ver lo que estoy haciendo.
Ahora te escribo ¿ves? Trato de canalizar el enorme vacío que nos has dejado, es una terapia necesaria, junto con la de no detenerme a pensar demasiado.
¿Estás en el Edén ahora? Espero que esta vez lo hayas encontrado.
Ve, vuela, sé feliz allá donde tengas que ir. Nosotros te recordaremos siempre, vives en nuestros corazones.
Te quiero, amigo.
Fabienne Tremblé – Con todo mi cariño para mi amigo Nino Paganelli.